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Santuarios animales, ¿qué son en realidad?

"Tras del rostro de fantasía de los “santuarios”, esos ridículos paraísos animales se ocultan mentiras y falacias que solo sirven para engañar a los donantes".


Autor: Juan Carlos Sánchez-Olmos*


Desde la noche del pasado domingo 3 de julio comenzó a circular en las redes sociales un video donde se muestra un espectáculo dantesco escenificado por felinos famélicos cautivos en un “santuario” manejado por el grupo animalista Black Jaguar White Tiger.

Imagen de los animales que fueron rescatados del santuario Black Jaguar White Tiger y trasladados el 8 de julio al Zoológico de Chapultepec en la Ciudad de México, para su rehabilitación. En total fueron: 7 leones, 1 tigre, 4 papiones (babuinos) y 10 monos araña. Crédito de imagen: SEDEMA


En la horas siguientes los cibernautas se hicieron escuchar. Particularmente los manejadores de vida silvestre y conservacionistas, quienes indignados, han cuestionado la hipocresía y doble moral de quienes se dicen ángeles guardianes de “los peluditos”. Inexplicablemente la mayoría de las hordas animalistas “tan sensibles al sufrimiento animal” han enmudecido.

Asistentes a la rueda de prensa convocada por ex trabajadores del santuario BJWT el pasado 5 de julio en Santo Tomás, Ajusco, alcaldía Tlalpan, Ciudad de México. Crédito de imagen: Edith González.


El brutal hallazgo define el verdadero rostro de esos “paraísos animales”. No es un caso aislado. A mediados de los años noventa se erigió “Fundation Pepe´s Jaguar Kingdom” que en la zona hotelera de Cancún proponía crear un “santuario” para el tigre de Bengala y el jaguar.

A 570 km al suroeste de ahí, en la isla del Carmen, Campeche, se localiza "El Fénix" donde 'funciono' el 'santuario del mono araña', centro de acopio de animales sin un destino definido ni protocolos de trabajo; donde también solicitaban donativos para su programa de “conservación”. Nunca han liberado un solo mono.

Crédito de imagen: Internet.

En el año 2001 en una casa de la colonia Jardín Balbuena de la Ciudad de México, se estableció el “Hospital de Tortugas” como centro de acopio de estos reptiles que la gente solía comprar entusiasmada por la popularidad de Las Tortugas Ninja.


En su planta baja, la casa mantenía una alberca techada donde fueron amontonadas cientos de tortuguitas abandonadas sin agua, alimento, luz solar, calefacción ni atención veterinaria. Aun lado había un espacio, remedo de consultorio lleno de basura y jeringas usadas donde “daban consulta” sin médico de ningún tipo. Se mantenía con donativos, incluso de pequeñas fundaciones de los EU.


En la ciudad de Guanajuato, en el 2014, las denuncias de numerosos vecinos de Lomas de Zaragoza, motivaron la intervención de las autoridades sanitarias, quienes al supervisar la casa de un “protector de animales”, encontraron en condiciones insalubres docenas de perros y gatos en avanzado estado de desnutrición; además de animales visiblemente enfermos en algunas habitaciones e incluso un par de cadáveres en la sala y el jardín.


Ante el patético escenario, el Director General de Salud ordenó al animalista que mandará a cremar los cadáveres y entregara los animales sobrevivientes al Centro de Control Animal; pero además le pidió que se abstuviera de volver a recoger perros ni gatos y menos el solicitar donativos con ese fin. Estos casos son comunes. Y muchos de ellos esconden historias de terror e inmundicia humana.

De los mejores carteles vistos en la rueda de prensa convocada por ex trabajadores del santuario BJWT el pasado 5 de julio en Santo Tomás, Ajusco. Crédito de imagen: Edith González


La biofilia seduce a la humanidad (Edward O. Wilson, 1984), en particular a través de los vertebrados superiores y sobre todo cachorro. Stephen Jay Gould en “El pulgar del panda” (1980) cita que los rasgos infantiles tienden a producir fuertes sentimientos de afecto en los humanos adultos, de tal manera que todos los seres afelpados de ojos grandes y conducta juguetona suelen seducirnos. Entonces, si esas conexiones biológicas se engalanan con discursos ecosóficos, en una voz modulada, mirada pispireta, enfundado en animal print fashion o look de Dora la exploradora, y mejor aún, acompañado de un feroz felino o un ofidio a manera de estola ¡Zaz! el impacto es arrollador. Innumerables farsantes deambulan por el mundo.


Un gran porcentaje son personalidades grises, con limitado desarrollo profesional, usualmente sin ningún mérito ni éxito personal. Fugitivos de oficios o profesiones ajenos al tema en el que se dicen expertos. Narcisistas, mitómanos, estafadores, mediocres. Que jamás han resuelto un solo problema ambiental. Tan desocupados como elocuentes. Tanto que convencen y se valen de su imagen para hacer de la “conservación” o “bienestar animal” su modus vivendi.


Diestros en el manejo de los medios, con notables vínculos sociales, incluso a nivel empresarial o político; entre quienes propician con entusiasmo gambusino los encuentros que los lleven a las primeras planas o los horarios estelares. Acompañados de las celebrities del momento.


No obstante, detrás de la tramoya siempre encontramos la realidad, tras del rostro de fantasía de los “santuarios”, esos ridículos paraísos animales se ocultan mentiras y falacias que solo sirven para engañar a los donantes, desviando recursos que son necesarios en verdaderos proyectos de conservación y educación.


Los profesionales no “luchamos”, trabajamos por la conservación día a día, además sabemos que cualquier problema ambiental tiene un rostro humano y necesidades que debemos atender de manera prioritaria. Distantes de la misantropía habitual del animalismo.


*Juan Carlos Sánchez-Olmos, es presidente de la organización Conservación Sin Fronteras, es biólogo, conservacionista, escritor y académico.


Ciudad de México, 7 de julio de 2022


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