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Foto del escritorEdith González

¿Una nueva Revolución Verde?

-La biología sintética, las tecnologías moleculares, los transgénicos y la automatización en el campo será ¿la nueva forma de concebir a la agricultura?


-¿Qué es eso de la ‘agricultura climáticamente inteligente’?


De los pocos resultados ‘favorables’ de la pasada #COP26 celebrada en Glasgow, Escocia, el Acuerdo por la Agricultura Sostenible firmado por 45 países más que ser positivo, ha encendido las alarmas en el sector campesino mundial debido al sello corporativo y agroindustrial con el que se está promoviendo.

En 2008, las empresas más poderosas del mundo eran las que hacían perforaciones de pozos petroleros y comerciaban con sus valores. Doce años después, los cinco principales titanes corporativos del mundo venden algo tan intangible como los datos y tienen un valor de mercado que supera el PIB de continentes enteros.


En lo general el Acuerdo busca promover ‘la investigación e innovación’ para cuidar los ecosistemas y garantizar los alimentos, una finalidad loable pero que deja amplias dudas sobre el posible dominio de los agronegocios y sus riesgosas innovaciones técnicas como la biología sintética, las tecnologías moleculares, los transgénicos y la automatización en el campo, todas ellas prometen mejorar los sistemas alimentarios, pero habrá que ver a qué costo.


El Acuerdo está ligado a dos de los mayores contaminadores mundiales, Estados Unidos y Emiratos Árabes Unidos que, aprovechando la cumbre climática, anunciaron su plan para la agricultura y la alimentación mundial llamado Misión de Innovación Agrícola para el Clima (AIM4C, por sus siglas en inglés).

El AIM4C está integrado por -el momento- por 31 países y más de 70 grandes trasnacionales de agronegocios como Bayer-Monsanto, Basf, Cargill, Syngenta, CropLife, PepsiCo, entre otras del sector tecnológico como Microsoft o Verisk Analytics, que pretenden impulsar la ‘agricultura climáticamente inteligente’ (CSA, por sus siglas en inglés), una agricultura que a decir de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) busca ser más productiva, con mejores ingresos, resilientes ante el cambio climático y sostenible.


Sin embargo, este nuevo ‘enfoque agrícola’ como se le ha llamado a la CSA, representa un alto riesgo para miles de campesinos en todo el mundo, para la biodiversidad genética y para la seguridad alimentaria.

Para la investigadora Silvia Ribeiro, integrante del Grupo ETC, el centro de investigación mundial sobre el impacto de las tecnologías y estrategias corporativas sobre la biodiversidad, la agricultura y los derechos humanos, “la AIM4C puede ser una flecha envenenada para la política alimentaria, disparada hacia un mayor uso de la energía y hacia el fortalecimiento de la misma cadena alimentaria mundial que está destruyendo el clima”.

Oposición que comparten otros cientos de científicos agrupados en el Panel Internacional de Expertos en Sistemas Alimentarios Sostenibles (IPES-Food), quienes en su informe “Un movimiento de largo plazo por la alimentación: transformar los sistemas alimentarios para 2045” hacen un llamado global para reducir el papel de la agroindustria en los sistemas alimentarios y en contraste invertir más en proyectos sociales que promuevan la soberanía alimentaria y la agroecología.


Ya desde el año pasado campesinos, académicos, activistas y otros sectores vinculados a la producción de alimentos en todo el mundo, hicieron un llamado de alerta para denunciar la alianza entre la FAO y el conglomerado agroquímico CropLife International, para “promover la transformación de los sistemas alimentarios y promover el desarrollo rural a través de inversiones e innovaciones sobre el terreno”.


Por el momento, los apoyos internacionales a la agricultura climáticamente inteligente’ sí están fluyendo, en contraste con otros

climáticos como los de mitigación y adaptación o los de reparación de daños. La AIM4C anunció un financiamiento inicial de 1 billón de dólares hasta el 2025, plan al que lamentablemente, se han sumado los latinoamericanos Argentina, Brasil, Colombia, Honduras, México y Uruguay. Casualmente los países latinoamericanos conocidos como los ‘graneros del mundo’ y con mayor superficie cultivada con transgénicos en la región (Brasil y Argentina) fueron los primeros en apoyar esta iniciativa.

Con este flujo de efectivo se confirma lo señalado por los expertos de IPES-Food “Los gigantes agroquímicos y los biodigitales están preparados para dar el siguiente paso: desplegar los datos masivos y el ADN digital en la industria farmacéutica, los mercados de alimentos y los sistemas financieros de todo el mundo”.


Pan tóxico


De momento, Brasil ya anunció la compra de trigo transgénico HB4 cultivado en Argentina. Se trata del primer trigo transgénico en el mundo resistente a la sequía y tolerante al herbicida glufosinato de amonio, un herbicida más tóxico que el glifosato. Lejos de ser un tratado comercial positivo (el 42% de la venta de este cereal argentino se destina a Brasil), en realidad pone en riesgo los ecosistemas no sólo de la nación austral, sino de toda la biodiversidad planetaria, ya que es altamente tóxico para seres humanos, polinizadores, depredadores, organismos terrestres y acuáticos y microorganismos del suelo, ya que puede aumentar la lixiviación de nitrógeno. Además puede incrementar las susceptibilidades de las plantas a enfermedades, con el consecuente aumento en el uso y dependencia de más agrotóxicos.

Lo que para el Oriente fue el arroz y en Mesoamérica el maíz, en la región del Mediterráneo fue el trigo. A la fecha, son los tres cereales más consumidos a nivel mundial.


Para los especialistas de Acción por la Biodiversidad, la plataforma colectiva latinoamericana que reúne a 13 organizaciones y movimientos clave de la región que trabajan en defensa de la biodiversidad, Argentina no tiene posibilidad de separar el trigo HB4 del convencional, lo cual indudablemente significa que todo el trigo argentino estaría contaminado con este herbicida y seguramente será rechazado en el mercado internacional. La situación es grave debido a que el trigo es la base de la alimentación en Argentina, y en general en todo el mundo, con él se elaboran empanadas, pastas, pizzas, tartas, panes, entre otros platillos básicos de la alimentación diaria.


Desde el 2013 el glufosinato está prohibido en la Unión Europea por su alta toxicidad y consecuencias dañinas en toda la biodiversidad. En Argentina se usa este herbicida en el cultivo de 50 mil hectáreas de trigo transgénico, con alta posibilidad (casi certeza) de contaminar otros cultivos vecinos.


Por su parte, en días recientes, en México especialistas, colectivos, pueblos y organizaciones campesinas han solicitado al presidente Andrés Manuel López Obrador, que retire del cargo a los funcionarios Víctor Villalobos Arámbula, secretario de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) y a Sol Ortiz, Directora de Atención al Cambio Climático y de la Estrategia Nacional de Polinizadores de esa misma institución, debido a que se sumaron a la Misión de Innovación Agrícola para el Clima (AIM4C) contraviniendo la política nacional de prohibir gradualmente el glifosato, prohibir el maíz transgénico y, en cambio, promover la agroecología. A la fecha no ha habido ningún pronunciamiento al respecto.


El pasado 09 de noviembre la SEMARNAT inauguró el portal Agroecología, en el cual promueve las alternativas de manejo al uso de herbicidas químicos, una política que se contrapone a lo que promueve la SADER.



En un escenario de crisis global donde la pandemia de COVID-19 aumentará aproximadamente a 130 millones el número de personas que padecen hambre, la comunidad científica se pregunta si los nuevos alimentos ultraprocesados, la carne sintética hecha en laboratorio o los alimentos transgénicos serán la solución verdadera.


Las medidas sanitarias y económicas derivadas de la Covid-19 demostró al mundo que las rupturas estructurales pueden suceder en plazos cortos de tiempo, bajo esta lógica, insisten: ¿porque no podría suceder lo mismo con las formas en que producimos nuestros alimentos?



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